Hacer fotos con los ojos 8


Cada día al abrir sus ojos despierta también su curiosidad. Se queda quieta sobre el camastro extendido en la tierra de su cabaña y vaga con la mirada por el infinito. Hace fotos con sus ojos. Fija las imágenes que capta con los párpados. No importa si tiene los ojos abiertos o cerrados. Desayuna ese poquito de libertad y un trago de leche de cabra también. Todavía no ha salido el sol cuando Nala saca su pequeño rebaño a pasturar, a buscar algo que llevarse a la boca, ella y las cabras. Su madre se queda en la cabaña tejiendo lana. Tienen suerte porque conservan dos ovejas, de las pocas que hay en la aldea.

Hoy sopla un poco de viento. Nala disfruta notando su caricia en la cara mientras oye el ruido constante de las pisadas de las cabras. Todavía se ve alguna estrella en el cielo. Ojalá su padre fuera una de ellas. Nunca lo ha visto, nunca su madre le ha contado, nunca ella ha preguntado tampoco. Piensa que está muerto, pero la verdad, es que no sabe por qué. A veces siente miedo de saber quién es. A su edad, Nala ya es consciente de la acción violenta de las milicias, sabe de sus atrocidades, sus violaciones. Aunque afortunadamente no ha sufrido ninguna, sí sabe cómo murió la hermana de su amiga Nayra y cómo desapareció una noche el hijo de su vecino Samir cuando sólo tenia 8 años.

Poco a poco los rayos de sol van siendo más fuertes. Es hora de volver. Nala reúne las cabras y las guía camino a casa. Anda despacio, golpeando con su pie alguna que otra piedra de las que se encuentra en el camino. No lo puede evitar y sueña de nuevo: ojalá no tenga hoy ningún encargo, ojalá pueda ir a la escuela, dibujar flores y niños, escribir palabras nuevas y leer algún cuento. No importa si hoy le toca uno de los más viejos, no importa que le falten hojas, es más, le gusta porque le divierte inventarse las escenas perdidas.

Un fuerte ruido de motor sorprende a la niña. Dos camionetas militares salen acelerando de la aldea, arrastrando polvo y milicianos borrachos. El corazón de Nala se encoge pero ella sigue andando con las cabras a su espalda. Mantiene la calma y las camionetas se alejan. Respira hondo y se relaja. Pero al acercarse a su cabaña un escalofrío inesperado la sorprende de nuevo, esta vez dentro de sí misma. Cree que ha gritado pero no se ha oído. Cree que está mirando a su madre muerta, la falda envuelta en sangre, pero no la ve. Parpadea y enfoca, pero nada. Juraría que el mundo se ha parado y se ha vuelto todo negro.


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