Al otro lado de la Coca-Cola 6


Ahora ella era la que olía a sudor y grasa. Pero en ese momento esto era lo que menos le importaba. Habían pasado cinco horas desde que salió de casa.

            Manuel, le había enseñado las arrugas de la ciudad. Era conductor desde los 19 años, conductor de los desperdicios del mundo. Para él también había sido toda una experiencia. ¡Qué cara puso cuando vio a Laura asomarse a su ventanilla justo minutos antes de arrancar! ¿Me puede llevar?, le dijo. No era realmente lo que Manuel esperaba recoger con su camión de la basura en una de las mansiones más grandes del barrio rico de la ciudad. Pero Laura le transmitió una sensación de desamparo tal que no pudo negarse. La miraba sentada a su lado, callada. Laura observaba todos los detalles, todos los movimientos en cada parada, cómo se descolgaban los dos chicos de atrás en el momento aparecían los siguientes contenedores. Contenedores de sorpresas muchas veces, le decía Manuel. Contenedores de nuestra vida descartada, de las opciones que hemos dejado atrás, de los sucesos que no queremos recordar. Vivencias dispares, de personas diferentes, mezcladas, revueltas y combinadas en el camino hacía el vertedero. Ahí quiero ir yo, pensaba Laura. Buscar entre la inmundicia y encontrar los jirones dejados por el camino, pasear por las aristas y reencontrar las decisiones. Reciclar un desperdicio orgánico.

            Entraron en la calle de la estación de autobuses, la última zona de recogida antes de abandonar la ciudad hacía el vertedero. Eran las 4 de la mañana. Podríamos decir que aquél no era un barrio recomendable para una señorita como Laura. Tampoco era la mejor hora. Manuel no quería dejarla sola, allí, pero Laura insistía. Había visto otra vez a aquella mujer que arrastraba el carrito de compra. Desde el camión la había observado ya dos o tres veces rebuscando en los contenedores. Ahora, con el carrito lleno, entraba en la estación. Laura la siguió. La anciana andaba ligera, llevaba unas de esas zapatillas, típicas de las mujeres rurales de luto, negras por fuera y amarillas por dentro. Era pequeña y delgada pero caminaba con decisión hacía una de las paredes de la estación. Se sentó en el banco pegado a la máquina de refrescos. El motor que mantenía frescas las bebidas para los que podían pagarlas le daba a ella el calor que necesitaba sin tener que poner ni una moneda. Aparcó su carrito, lo ató a una de las barras con un candado y se dispuso un hogar con una manta y una revista. Laura no pudo evitar una leve sonrisa a la vez que una lágrima se dejó caer por su mejilla. Nunca antes había visto un hogar más puro. Se acercó y ocupó el banco al otro lado de la máquina. Se tumbó mientras oía la fuerte respiración de la anciana, durmiendo ya al otro lado. Al otro lado de la máquina de Coca-Cola.


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6 thoughts on “Al otro lado de la Coca-Cola

  • PILAR

    Tantas formas de vida que transcurren a la vez sin que nos demos cuenta…y separadas por una línea muy delgada, más aún que una máquina de Coca-Cola. Grande, Raquel!!!

  • Antonio Capafons

    De nuevo gracias por el relato…me evoca reflexiones de lo fácil que es ver e intentar acercase a la otra realidad, a la mendicidad, el sintechismo, la pobreza, el tercer mundo, incluso vivir en él… sabiendo que luego regresas al seguridad de tu segundo mundo, o primero con suerte. Lo he experimentado en propia carne en mis estancias en Cuba y Uzbekistán… tratando e implicarme y vivir como ellos… pero con la cartera llena de dolares y un billete de regreso. Y eso es al otro lado de la coca-cola. Sensibilidad, sí, empatía también,, pero me gusta que Laura refleje lo que hacemos la mayoría: nada… o casi nada para transformar esa realidad. Y ahora la tenemos al lado de nuestra casa. De nuevo me haces reflexionar…

    • Raquel Autor

      ¡Cuánta razón, Antonio! Al otro lado del materialismo, la moda y la superficialidad hay otro mundo, el de los desposeídos, que tanto podrían enseñar si les escucháramos. Gracias por ser un lector tan fiel.

      • Antonio Capafons Bonet

        Es un placer leerte, me gusta cómo escribes… y sobre los desposeídos, yo creo que hay que transformar al realidad para que ellos tengan acceso a lo básico, salud y educación, pero también a lo «superfluo», como la moda, los smartfones, la cultura de la calle… por qué no.. pero solo quería interpretar tu excelente texto como una llamada de atención hacia la gauche divine que estoy viendo renacer…