Un árbol en el camino


Hay un camino sólido, ordenado, lleno de cuadros encajados perfectamente que vamos superando al andar, paso a paso, que se desgastan quizá de tanto usarlos o por las inclemencias del tiempo, pero que nunca pierden su orden, su intersección, un camino de baldosas duras como la vida, pero trazado con tanta firmeza y pulcritud que parecen muerte. Unas baldosas que seguimos sin pensar, con la cabeza baja, mirando las líneas que separan unas de otras, sin ser conscientes de que avanzamos al cruzarlas. Son baldosas oscuras, casi negras, pero las líneas divisorias son blancas, como si le dieran un poco de luz al camino en los cambios pero al final, en definitiva, líneas rectas.

 

Caminamos mirando ese suelo, seguros, aferrados a pasos certeros porque cada uno no es muy diferente del anterior. Sin embargo de repente, un enorme árbol cae y se cruza en nuestra seguridad. Un árbol alto, que parece joven, se ha inclinado demasiado. No es fácil entender por qué ha perdido su equilibrio porque su tronco es sólido y su copa no es todavía demasiado frondosa. Sí es cierto que es muy alto. Tan alto que amenaza con obstaculizar todo nuestro camino. Su sombra es la que ha alertado nuestra inercia. No lo habíamos visto antes porque seguíamos atentos a nuestro camino de baldosas, pero al hacerse éstas más oscuras por la silueta arbórea, nuestra vista finalmente ha alzado el vuelo. Primero, un susto, casi pánico, nos asalta ante la posibilidad de ser aplastados. Después, una vez comprobado que la inclinación no supone caída inmediata, sentimos miedo, miedo a que se interrumpa nuestro camino ordenado de baldosas negras y líneas blancas; un miedo inexplicable porque no ha pasado nada. Únicamente una sombra nos ha obligado a mirar hacia arriba. Un árbol joven, alto, fuerte, ha surgido de entre los demás y ha llamado nuestra atención, hasta el punto de atrapar nuestra mirada. Sin quererlo, apreciamos su belleza, vemos su bondad, su alma y en ese momento entendemos que no todo está en las baldosas construidas simétricamente, que la vida tiene árboles inclinados que nos asustan pero a la vez nos despiertan, que quizá son árboles que nos hablan, que guardan espíritu propio o alojan alma de otros, que nos hacen ver el camino muy negro pero también levantar la vista y descubrir que tras la sombra hay belleza, vida espontánea, diferente y natural.

 

A mi mamá, por enseñarme a saltar tantos árboles.

 

A Susana, por acordarse de mí cuando captura escenas así de bellas con su cámara.

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