Un sol abrasador. Un cielo azul penetrante. Ni un soplo de aire. Arena. Arena. Más arena. No hay nada más que arena desde aquí al horizonte. Pero él seguía caminando sin perder la esperanza. Veía la silueta del castillo encantado más allá de aquella delgada línea horizontal. Aún le quedaba una botella de agua y alimentos, no mucho, pero suficiente, pensaba. Su obsesión era ahorrar. Ahorrar comida, agua, energía. Ahorrar para poder llegar y vivir en ese castillo de ensueño rodeado de campos, ríos, arboles frutales, rodeado de bienestar, imaginaba.
De repente notó un fuerte mordisco en un pie y un dolor agudo recorriéndole la pierna. Un alacrán se agarraba a su dedo gordo con todas sus fuerzas y su sangre rebosaba por entre las patas del horrendo bicho. Cogió rápidamente su escopeta y intentó desenganchar a la bestia pero se resistía. Parecía disfrutar chupándole la sangre. Un golpe seco de la culata consiguió finalmente atontar al bicho. Aflojó sus dientes y cayó sobre la arena.
Sobrevivió a aquello pero la herida fue profunda y su camino se hizo cada vez más duro. Paró a descansar bajo su vieja tienda de campaña. Casi lo único ya que le quedaba de su vida anterior a la travesía. Se tumbó y cerró los ojos. Tenia que ahorrar energía para llegar a su objetivo. Dejó de pensar por un momento y se durmió.
La arena lo despertó. Le golpeaba la cara empujada ahora por un fuerte viento. Casi no podía abrir los ojos porque la piel se le cuarteaba del sol y le sangraban las grietas. Supuraba también su pierna. La lona de la tienda se había desplazado. No sabía cuanto tiempo había estado desprotegido al sol. Quiso incorporarse para recoger la tienda pero le fallaron las fuerzas al primer intento. Y también al segundo, y al tercero. Quiso alcanzar el agua y la comida que había ahorrado con sacrificio pero no pudo. Tuvo paciencia, esperó y lo intentó de nuevo. El esfuerzo sin embargo fue tan grande que cayo desvanecido. No tenía ya fuerza alguna. Ni siquiera para seguir respirando.
Esta travesía empezó en 2008….