Mars Life Sky Bar


Ya no hay piedras en el camino, no hay obstáculos porque siempre podemos flotar. No hay dolores de corazón ni pinchazos musculares porque ni los huesos ni las penas pesan aquí. Hace muy poco que lo descubrí pero parece que siempre estuve aquí. Es un lugar tan desconocido como él. Tan silenciosos y misteriosos los dos. Todavía no lo he visto, ni siquiera he oído su voz. Compartimos planetas y viajes, nada más y nada menos. El último fue el que nos trajo aquí. Propuse la luna pero él prefirió Marte y me pareció bien. Creo que al mismísimo planeta rojo le gustó nuestra visita y nuestros planes. Por eso al día siguiente envió una sonrisa roja desde el cielo a la Tierra.

 

– Me gustaría volar esta noche – dije.

– ¿Sabes dónde?-dijo él.

– Tan alto como sea posible- aclaré.

– ¿Sobre la luna?

– Sí, perfecto… y ver desde allí todo muy pequeñito, imposible de reconocer nada en la Tierra.

– ¡Vayamos a Marte! – propuso él cambiando de opinión.

– ¿Crees que allí serán mejores personas que aquí? – le pregunté

– No sé… Sólo tengo curiosidad por ver cómo se vive allí

– De acuerdo. Te sigo- le contesté.

– ¡Genial! ¿Tienes suficiente oxígeno?- me preguntó

– Sí, pero, si no, no importa. Vale la pena arriesgarse- contesté al salir volando.

– ¡Quizá encontremos una estación de oxígeno allí! – gritó él al ponerse a mi altura.

– ¡Y podamos vivir allí! – exclamé dejándome llevar de nuevo, como siempre, por la ilusión

– No es mala idea… sólo espero que al menos haya algún bar en Marte- dijo él riéndose divertido imaginando la experiencia.

 

Es increíble contemplar el cielo desde aquí. Un skybar de perspectiva única, cerveza de Venus y vino del segundo anillo de Saturno. Cada noche, después de brindar un deseo cada uno, subimos a la terraza del Mars Life y agarradas las manos intentamos flotar al compás de la música rescatada en el último viaje a la Tierra. Lo difícil aquí no es bailar, sino parar. Lo difícil aquí no es imaginar, sino pensar. A veces, sin embargo, lo conseguimos, conservamos la estabilidad en posición horizontal y miramos al cielo. Es de diferente color, más luminoso de noche y más profundo de día. Como más auténtico y a la vez más extraño, como él. Pero es tranquilo e invita a soñar, tanto que siempre acabamos volando de nuevo. Es inevitable. Estamos acostumbrados a escapar de nuestras vidas hacía arriba, viajando desde nuestros sofás, a miles de kilómetros terrestres pero a tan sólo unos milímetros imaginarios.

 

La última vez fuimos más lejos, mucho más. Más allá de la atmósfera y las estrellas sólo para tomar un vino y una cerveza. Pero ha valido la pena. Ahora sabemos que hay un lugar espacial especial ahí fuera, que te acoge con dulzura si viajas ligero. Si te gusta volar, volemos. Volvemos.

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