Viscoelástico


El tiempo no es digital, es viscoso, más bien incoloro, transparente, e incluso pegajoso. Una sustancia que se te pega en las manos, entre los dedos, que deja restos en las rendijas, en las esquinas, en las grietas y hasta entre las uñas, de tanto estirarlo y agarrarlo. Una goma que a veces pica en la piel y te obliga a rascarte tan fuerte que tú mismo te arañas y dejas que el elástico se lleve un trocito de ti. Es peor cuando se te agarra a los pies.

Al principio la pisada es suave, está blandito, cómodo, no hay prisa e incluso invita a jugar saltando, presionando ese material esponjoso, arriba y abajo, abajo y arriba. Una vuelta, dos, tres. El tiempo así es divertido. Se disfruta. Te mece, te mima. El problema es el uso. El tiempo de tanto usarlo pierde fuerza, si lo estiras demasiado ya no vuelve, si lo recalientas, las horas, los minutos, los segundos se derriten y se adhieren como pulpos. Ya no puedes saltar, se pega a tus pies con fuerza, como si el alquitrán de tu camino subiera por tus piernas y las hiciera pesadas, lentas, desganadas. El tiempo pegado a los pies no se suelta. Te ata. Te marca el ritmo y la distancia, te limita la altura de los pasos. Todo depende de su viscosidad y elasticidad. Si es muy viscoso, por más vueltas que des, ahí te quedas. Si es elástico, es mejor. Aunque siempre lo tengas pegado, te permite dar zancadas más largas, o saltos más altos. Si es elástico lo puedes coger incluso con las manos. Te agachas un momento, lo agarras fuerte y estiras y estiras. Si eres divertido, hasta puedes hacerte unos tirantes, un top o una diadema con trocitos de tiempo elástico. Todo es cuestión de trabajarlo bien. Saber escoger la fuerza necesaria, la distancia deseada y tirar para conseguirlo sin llegar a romperlo. Pero sí, es difícil no romperlo. ¡Cras!, un latigazo y un resto pegado al cuello y el otro colgando de la pierna. ¡Qué traicionero es el tiempo! Menos mal que es transparente, así nadie se lo ve a nadie. Aunque sí, todos llevamos restos de tiempo colgando.

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