Creo que ya salí de ese pantano pringoso y volé. Y lo creo porque sé que cuando miro atrás, es ir atrás. Y lo sé porque veo y vivo de forma diferente; porque oír a los niños gritar en el patio del colegio me parece de una belleza fascinante que siento dentro; porque siento felicidad simplemente cuando me despierta una amiga con un ¿cómo te encuentras?, o un amigo con un ¡buenos días!; porque estar solo es simplemente no tener la mente contaminada por las convenciones sociales y el corazón lleno de pequeños detalles. Hay tanto que vivir fuera de esta caja que llevamos sobre los hombros que cuando sales y lo ves, abruma, y ves todo lo demás, allá abajo, pequeñito, tanto que da ternura verlo, verte.
Y volar es desde siempre tu sentido, y te das cuenta tarde pero a tiempo para comprender por qué, con pocos años, la imagen del águila volando alto sobre la plaza del pueblo no la veías desde abajo sino, siempre, desde arriba, a su lado. Era una señal pero no sabías de qué. Ahora entiendes el por qué, estar arriba es vivir, ser fuerte, sonreír y flotar sin esfuerzo, sin rumbo, sin apariencias, al son del viento y a la luz del azul cielo.
Es curioso lo difícil que es volar antes de tiempo a pesar de que nos habría ahorrado muchas emociones complicadas. Es así el ser humano, siempre inacabado, y por tanto siempre ignorante. A ras de suelo, poniendo el puzzle pieza a pieza, nunca se ve el resultado. Sólo se intuye la imagen cuando se acerca el final, cuando quedan las últimas piezas y acaba de pintarse el cuadro.
Quiero un cuadro bonito, como una ventana abierta al infinito, que dé aire a aquellos que me piensen y contemplen, que les ayude a respirar hondo y exhalar sonrisas cuando aparezcan piezas inconexas, cuando no sepan por dónde avanzar para colocarlas, que les dé la tranquilidad de que todo tiene sentido. Toda imagen formará siempre un cuadro bonito porque la belleza es vivirlo.
Para Isabel, por tantos audios que hacen volar