Sueños de agua 2


Apareció de nuevo otro amanecer a bordo de la camioneta y el conductor se incorporó a una carretera. Todos empezaron a mover rápidamente las cabezas, buscando con la mirada en el paisaje, con movimientos bruscos, ansiosos por encontrar algo desconocido. Y realmente aquello que veían lo era. Habían entrado en Libia.

¡Nala, el mar, el mar!

Gritos, júbilo, lágrimas, histeria y Nala, adormecida sobre el hierro, intentaba entender. Sin todavía conseguirlo, la camioneta frenó bruscamente y se paró. Dos hombres armados les ordenaron bajar. Su tía la estiró del brazo, la puso en pie pero Nala cayó desplomada. No podía sostenerse. Las piernas, encogidas durante horas y horas, no se acordaban ya de cómo andar. Ante las insistentes órdenes de los hombres, Beled cargó a la niña y saltó con ella en brazos. Las dos rodaron por el suelo. Las piernas de la joven tampoco recordaban bien cómo no caer pero sí cómo levantarse, así que rápidamente ayudó de nuevo a Nala y corrieron detrás del grupo. Dos rifles les apuntaban por detrás.

El alojamiento en primera línea de playa era una casa de ladrillo de dos plantas. Nala nunca había visto ninguna así. Se imaginó que allí descansaría por fin, tumbada en un camastro y que al despertar podría tomar leche de cabra e incluso algo de carne. Lloró porque su madre no estuviera allí.

Pero nada fue así. Al llegar al edificio obligaron al grupo a entrar en una habitación trasera donde ya dormitaban, lloraban o simplemente miraban pasar el tiempo otras 20 personas más. Dos niños jugaban con dos cuencos como si fueran barcos navegando por el mar. Nala y Beled se pusieron cerca de ellos.

De vez en cuando un hombre armado abría la puerta y gritaba un nombre. Al que alzaba la vista, lo obligaban a salir a punta de pistola. Al rato volvía con rostro indefinido y mirada hueca. Cuando llamaron a la señora de su grupo, Nala observó cómo, de nuevo, impulsivamente, metió la mano debajo de su ropa. En esa ocasión sí vio lo que escondía. Era dinero. ¡Nunca había visto tantos billetes juntos!

¡Beled Tanginyang!

Su tía sonrió al oír su nombre. No la vio nerviosa pero le sorprendió que también buscó con su mano bajo el trasero de su pantalón.

  • Nala, vuelvo enseguida, ¿vale?- le dijo dándole un beso.

¿Cuánto tiempo es enseguida? Nala no sabía muy bien pero le parecía que era mucho, muchísimo. Más de lo que había tardado la otra señora, mucho más de lo que se habían ausentado otros hombres. Se hizo de noche y Beled no había vuelto. Nala se giró hacia la señora y le preguntó con la mirada.

  • ¿Cómo te llamas?- le preguntó ella.
  • Nala – le contestó.
  • Ven aquí, acércate – le dijo la señora abrazándola.

Nala se acurrucó, dejó pasar más tiempo y entonces sí, su tía apareció enseguida. Se abrió la puerta y entró. La ropa rota y ensangrentada, caminaba a trompicones pero su mirada era fija, directa, segura. Se sentó con la niña y la abrazó fuerte.

  • Duerme, Nala, mañana empezamos de nuevo-

 No hubo que esperar a la mañana. En mitad de la noche los hombres armados irrumpieron en la habitación, los despertaron a gritos y culatazos de rifle y les ordenaron salir corriendo a la playa. Hacía frio. Nala notaba como sus pies se hundían profundamente en el suelo mientras corría agarrada a su tía. La arena frenaba su avance, como si quisiera atraparla en el último momento. Pero no. Nala escapó porque al final la arena se convirtió en agua. El agua que se escurrió entre los dedos de sus pies cuando saltó dentro de la barca. Agua de mar, salada, impredecible, fría.


Responder a Her es Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

2 thoughts on “Sueños de agua