Thuan


Su abuelo era pescador. Bueno, por allí muchos abuelos lo eran. Pero el suyo era especial. Más alto, más delgado. Siempre le había hecho mucha gracia verlo rascarse la oreja con la rodilla mientras preparaba agachado su herramienta. Pero eso era sólo divertido, en verdad, su gracia era otra. Sólo Thuan sabía que su abuelo podía hablar con los peces. A través del barro del agua, a través de las ondas del río, con el ruido sigiloso de la barca y el eco de la noche, su abuelo sentía lo que ellos sentían. Nunca lo habían hablado pero Thuan lo sabía. Era callado pero muy observador. Siempre acompañaba a su abuelo en la barca. No se acordaba de ningún día sin haber salido con él. Así, conocía cada gesto, cada rasgo, cada movimiento de su mano mientras acechaba a los peces. Cuando acercaba sus pies al borde y repicaba en el agua con sus dedos, era porque los peces estaban alegres y él los saludaba. No era día de buena pesca entonces. Cuando el barro era claro y la noche oscura, su abuelo no se remojaba. Dejaba que hablara el ruido de la madera crujiendo en el agua porque los peces querían dejarse coger por ella.

Thuan disfrutaba el ritual de la pesca. Tenía magia. No le gustaba tanto la vuelta. Limpiar y almacenar el pescado era cruel y demasiado real. Enseguida salía corriendo una vez acababa el trabajo y respiraba aliviado el olor dulce a hierba mojada del campo. Su hermano pequeño corría detrás. Les gustaba sentir la humedad, la lluvia fina. Su abuelo sin embargo nunca salía de la cabaña si llovía. Thuan pensaba que por eso tenía cada vez más arrugas. Te secas, abuelo, te secas, le repetía. Pero el hombre cada vez oía chirriar más su cuerpo y prefería siempre ir acompañado de su paraguas. Se entendía mejor con el río que con el cielo.

Abierto o cerrado siempre lo agarraba fuerte apoyándolo en el suelo o sosteniéndolo contra las nubes. Tenía en casa un sitio menos húmedo reservado para su paraguas y nunca dejaba que los niños lo cogiesen o jugasen con él. Fuera del rio, ese paraguas era como su barca, con él navegaba por las nubes bajas de la montaña. A veces incluso, los días de fuerte viento, el hombre enjuto sujetaba a duras penas el timón del paraguas para no salir volando. Thuan y su hermano reían a gusto con aquellas escenas. Se imaginaban a su abuelo enganchado a la empuñadura con fuerza y maldiciendo a la vez, mientras se elevaba por encima de los campos. A veces soñaban que el paraguas tenía un extraño poder, que si conseguían robarlo por unos minutos y llevarlo a la montaña más alta podrían volar de verdad y ver cielos azules. Allí siempre eran de color blanco sucio pero muchos visitantes contaban sobre amaneceres naranjas, morados y azules claro, sobre aguas de cristal y tierra caliente. Les brillaban los ojos por el reflejo de esas imágenes imaginadas. Sonreían maliciosamente a escondidas y sentían cosquilleo en el estómago. Imposible no probarlo, así que un día, mientras su abuelo dormía, asumieron el riesgo.

 

Foto del relato "Thuan"

Fotografías de David Zaragoza

 

Gracias a David Zaragoza por plantearme nuevos retos narrativos con sus fotografías.

Dejar un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *