El ancla con la tierra 2


Cuando tienes los dedos largos cuesta más cerrar la mano en un puño. Es más facil, más natural, extenderlos y abrir para sentir desde la palma hasta las yemas. A la arena le cuesta menos resbalar, caer por los lados, fina, cuando sumerges unos dedos delgados. A las hojas de hierba les gusta entremezclarse juguetonas con esa mano delgada, quizá un poco agrietada ya, por el sol, pero suave.

El tacto así es contacto, contigo, con todo, con el otro lado, con el pensamiento, con quién será aquella otra mano que quizá percibe las ondas de esas hojas ahora mecidas por mis dedos. El tacto así es conversación, conmigo, con ella, con esa otra persona que vivía mi vida. Contacto con esa vida de vez en cuando, demasiado en cuando a veces, y el tacto es rugoso, quizá pegajoso, no es agradable en fin, pero contacto y los dedos se contraen en puño como una flor cerrada.

Prefiero la mano abierta, la natural y dócil, la palma sincera y ligera que me permite el contacto suave, el que escucha sin hablar, el que siente sin temor, el que fluye entre piel, arena y hoja, el que crea un ancla invisible a la tierra, no con fuerza, sino por atracción, por energía, por el contacto que arranca la nueva vida.


Responder a Raquel Cancelar respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

2 thoughts on “El ancla con la tierra