Coca-Cola y vino 2


 

 

Nunca he probado el vino blanco con Coca-cola. Es de esas mezclas que nunca imaginas. Bueno, nunca no. Cuando eres pequeño, sí. Mezclas todos los líquidos posibles, todas las bebidas a tu alcance. Mientras los adultos charlan y ríen en la mesa de bar, tú juegas con los restos en un vaso que ellos llaman potingue pero que a ti te parece la fórmula mágica para llegar a las estrellas, tu primera bebida multicolor. ¡Qué momento ése! No importa nada, da igual de dónde vengas o dónde lo encuentres, experimentas, pruebas, mezclas. Sólo una voz de adulto aburrido te para. Bueno, sólo no. La edad también.

 

Dicen que son los niños los que más miedos tienen pero no es verdad. Los miedos crecen al pasar los años, sin darnos cuenta. Con cada vivencia dejan caer un muro, más cerca o más lejos de nosotros, más visible o menos, pero un muro que nos limita. Van cayendo constantemente sin que seamos conscientes de ello pero nos marcan el rumbo, nos hacen el cerebro rígido y el corazón cuadriculado. Nos dicen “No, por aquí no. No, no lo hagas. El vino blanco nunca se mezcla con Coca-Cola”

 

Es así porque así tiene que ser, porque siempre se ha hecho así. La curiosidad mató al gato, dicen. Pero los gatos tienen 7 vidas y nosotros sólo vivimos una y está llena de muros invisibles. Imposibles de derribar porque son casi imperceptibles. A veces, en el camino, aparecen señales, notas discordantes, que surgen de repente y no tienen sentido, pero ¿cuál es el sentido? ¿quién dice qué tiene sentido? Y nos acordamos de aquella fórmula mágica llamada potingue y vemos la Coca-Cola en el vino blanco y sonreímos imaginándonos felices y vemos los muros pero transparentes, tan transparentes que entra el sol, y el mar, y la arena fina de una playa dulce.

 

Para Greg, por arriesgarse con una paella

 


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