Adelante, atrás 2


 

 

La hipnotizaba ver el surco en el agua que iba dejando la barca a su paso, el ruido de las gotas que repiqueteaban en la madera y el profundo sonido hueco que se oía cada vez que su remo se hincaba en el mar. ¡Qué sensación de paz y serenidad! Era una rutina dulce, de esfuerzo diario, pero salpicada a menudo por sus ojos. Esos, grandes, que la miraban de reojo a su lado, a los que devolvía sonrisas y risas, que le regalaban un guiño risueño y picante de vez en cuando, que la hacían sentir importante, parte indispensable del equipo. Esa mirada recíproca garantizaba la energía, la electricidad, y la perfecta coordinación de movimientos hacía el avance seguro, tranquilo, fácil, alegre. La ilusión se mantenía al ritmo de los remos: adelante, atrás, adelante, atrás, adelante, atrás, tú, yo, tú, yo, tú, yo.

 

La música de la barca era así armonía, tanto que nos permitía a los dos reír, cantar, mirar al horizonte e imaginar el gran sol del día siguiente o mirar a las estrellas y elegir aquella que sería nuestra para siempre. Dicen que navegar así es parecido a ser feliz porque el esfuerzo no desgasta y la barca es como una cuna que te mece.

 

La Marina de Valencia, por Ruth.

Y así un día, y otro, y otro, hasta que llega una corriente diferente, el mar se remueve. Os miráis y sabéis qué hacer, no hacen falta las palabras. Sois uno sólo. Un equipo. Hay que enderezarse, agarrar más fuerte el remo e hincarlo más hondo para no perder el rumbo. Cuesta, cuesta bastante, pero él te anima. Sabe que tú debes hacer un esfuerzo físico mayor pero también sabe que eres más fuerte. Está seguro que no vas a perder el ritmo. Tú también lo crees y sigues con mayor ímpetu: adelante, atrás, adelante, atrás, adelante, atrás, ade… Pero, de repente, una ola enorme llega fuerte y empuja de tal manera tu remo que un latigazo recorre tu espalda e incluso tu brazo, tu hombro y tu hombre crujen. Sueltas rápido el remo y aprietas los dientes para no gritar.

–  ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?- te dice él.

–  Sí, sí. Enseguida lo recojo. Dame un momento- le mientes.

– Vale, tranquila- te contesta, sabiendo que responde a una mentira, y para de remar a la espera de retomar el ritmo entre los dos.

 

Sabes que está esperando y que debes ponerte en acción lo antes posible, así que sacas fuerzas, coges de nuevo el remo y retomáis el rumbo. Adelante, atrás, tú, yo.

Intentas concentrarte de nuevo en el surco al avanzar para evitar pensar en el dolor del brazo y la espalda. Intentas evitar buscar su mirada para que no sepa cuánto te duele. Lo importante es el equipo y el rumbo, no hay que perder el ritmo y seguir adelante, siempre adelante. Pero cada vez los días son más largos y las horas enormes, el esfuerzo al despertar y el agotamiento al dormir. Tanto que la mirada ya no tiene energía, la electricidad no es suficiente. Y una buena mañana, tranquila, de cielo azul, él te llama.

– Mírame – te dice.

– Sigue remando, ¿por qué paras? – le dices.

– ¡Para y mírame! – te insiste.

– Pero, ¿por qué vamos a parar ahora? Hay que seguir adelante- contestas contundente, girando la cara hacía él.

– Ya hace demasiado tiempo que falta tu mirada. Ya no puedo más. Voy a remar sólo – te dice.

 

Y en ese momento el corazón te da un vuelco. Las piernas tiemblan. Y un dolor indescriptible se suma al constante que ya sufrían diariamente tu espalda y tu brazo. Pero éste se agarra a tu garganta y te hace dificil hablar al imaginar todo lo que significan esas dos palabras “remar sólo”. “Sólo” significa que no hay equipo, que no te necesita, que no hay ya mirada recíproca, ni electricidad, ni energía, que la barca coge otro rumbo, ni mejor ni peor, diferente.

– Pero…¿por qué?- aciertas a decir con voz ahogada.

– Porque así se trabaja en equipo. Si tú flaqueas, yo sigo. Sí, sé que es un gran esfuerzo para mí, enorme después de todo este tiempo en el que tú no has remado a mi ritmo y ya he tenido que redoblar la energía. No sé cuánto tiempo te durará ese dolor, cuando volverá la energía a tu mirada, no sé cuantos días, meses o años necesitarás para poder volver a remar a mi ritmo. Pero sí sé que debes parar y yo seguir. Avanzaremos más lentamente, pero avanzaremos. Sé que si más adelante soy yo el que sufre, tú harás lo mismo. Siempre estarás ahí, adelante, atrás, adelante, atrás, adelante, atrás.

 

Para Ruth, siempre fuerte, agarrando el remo.

 


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